“No es un río”, de Selva Almada
Enero Rey, el Negro y el Tilo cruzan a la isla para pescar en el río, manteniendo viva la tradición que los dos primeros establecieron con Eusebio, el difunto padre del tercero. Montan su campamento junto a la orilla y en la primera jornada, entre cervezas y recuerdos, sacan del agua una raya, un ejemplar extraordinario. La gente de la isla, que tiene el paso liviano, se acerca para contemplarla. Una raya del tamaño de un hombre, con un par de balazos para terminar de matarla, tendida a secar como una sábana en el campamento de los foráneos, será la semilla de un enfrentamiento tribal, atávico, que se inflamará cuando aparezcan en escena las hermanas Lucy y Mariela y cuando todos coincidan en el baile de un pueblo cercano.
Selva Almada ya no es un descubrimiento para la mayoría, tras varias novelas y sus fantásticos relatos cortos. Pero yo solo había leído El desapego es una manera de querernos, y en cualquier caso nada prepara para un libro breve y potente como No es un río, en el que, parafraseando el proverbio, es imposible zambullirse dos veces sin tener la impresión de hacerlo en uno completamente distinto.
Porque el caudal salvaje que recibe a los protagonistas es río y a la vez es bosque y también isla, y al mismo tiempo mucho más que cualquiera de esas cosas. Se trata de una entidad superior, a pesar de que junto al río, al bosque, a la isla, lo que encontramos es algo tan simple como un pueblo anónimo, calcado a cualquier pueblo en el que todos hemos algún mes de verano y fiesta, con su boliche, su parrilla, sus choripanes, su dj con el mismo set de canciones, sus guirnaldas con luces que salen de un poste plantado en medio, un punto de luz radiante en medio del verdor, de la oscuridad y del miedo. Que es precisamente en lo que se convierte este libro por momentos: un sudor brillantísimo que mezcla esfuerzo y placer, una maniobra de Heimlich perfecta, un golpe en el estómago de los que te hacen ver a Dios antes de vomitar.
Lo salvaje, lo violento, empapa estas escasas páginas hasta hacerlas chorrear de intensidad y belleza. La violencia entre los hombres, sobre todo, entre grupos de hombres que usan el castigo contra otros hombres como manera de asentar su pertenencia al grupo, de establecer los límites territoriales de lo propio, y cuya crueldad solo es superada por la crueldad de la naturaleza, convertida en un elemento más de la narración, en un personaje que es aliado en ocasiones y enemigo en otras, pero siempre decisivo. Es la naturaleza la que desencadena todo al permitir que Enero Rey saque del río la raya, y ella también, al fin y al cabo, la que se lleva las vidas que habrán de ser segadas antes del último punto y aparte.
Narrado con una lucidez excelsa, estirando un léxico lleno de localismos y haciendo equilibrios constantemente entre lo real y lo fantástico, No es un río me parece una demostración de inmenso talento por parte de Selva Almada en la que solo se echan en falta, quizá, un final menos opaco y unas cuantas páginas más, aunque solo sea por la sensación de orfandad que deja al terminar.
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