Vicente Arlandis y Miguel Ángel Martínez, Sumario 3/94
Gracias a la editorial La Uña Rota, podemos disfrutar de la lectura de Sumario 3/94;
un libro muy especial, una joya de estas que te encuentras muy de vez
en cuando. Un libro que resuena, en su forma o en sus apuestas, con
otras obras, como Yo, Pierre Rivière… (Michel Foucault, ed. Tusquets) o como El Preceptor (Michael Hagner, ed. Mardulce).
El juego que establece el libro es múltiple. Por un lado, atrapa como
una novela negra, como la auténtica novela negra, escrita con
mayúsculas. Lleva hasta el extremo la afección y moviliza rápidamente
todas las pasiones. Incluso cuesta hablar de ello, ya que no permite la
distancia de la ficción. Si una obra de ficción es buena cuando «te
atrapa», Sumario 3/94 no te deja, desde el principio, soltarte. Porque
soltarse nos acercaría a la frivolidad (peligro que acecha incluso a una
reseña como esta).
Desde el primer momento sabes que no se trata de un juego, de un
«como si»; estamos ante unos hechos reales y la novela es un ejercicio
particular de narrar lo ocurrido desde una parte silenciada.
Paradójicamente, esta parte silenciada, y que ahora habla por medio de
este escrito, lo hace de una manera muy particular: volviendo a
callarse, recopilando documentos escritos por otras personas, por
quienes sí han podido hablar. Y el efecto que produce la recopilación,
como bien dice Miguel Ángel Martínez en su texto final, es crear una voz
narradora desde el silencio de quien no crea, quien no habla, quien no
escribe.
Sin embargo, por otro lado, la novela pretende también algo más, y lo
atestigua el estudio crítico final. Pretende hablar de cómo los
discursos policiales y jurídicos son en sí mismos narraciones,
construcciones, relatos con sus mochilas y sus deudas inconfesadas. El
brillante artículo de Raquel Taranilla en el estudio crítico desmenuza
con esmero algunas de esas deudas, que solo podíamos intuir, y nos
muestra los entresijos de esa justicia narrativa. El libro pretende,
así, destripar cómo funciona eso que se suele llamar «hacer justicia»
por parte de una institución que utiliza como herramienta fundamental,
sin saber lo que tiene entre manos, el lenguaje.
Y es en este punto cuando podemos ver la apuesta teórica que subyace,
quizás también agazapada, a Sumario 3/94. Dicha apuesta, un auténtico
órdago, apunta a las bases mismas de cómo se constituye en nuestro mundo
(occidente, modernidad, elíjase el mejor nombre) la objetividad.
Pero vayamos por partes. En primer lugar, decíamos que el libro
muestra las narraciones que se producen en un proceso penal, y por lo
tanto analiza ese buque a la deriva que es la institución jurídica. Un
buque peligroso y terrible, que prefiere seguir adelante definiendo la
verdad como si no fuera una construcción, como si se la encontrara ahí
fuera, antes que reconocer sus límites íntimos, hacer autocrítica y
analizar sus inconsistencias y condicionamientos internos. Antes que
reconocer que su más alto objetivo; el establecimiento de un ámbito
llamado verdad, es una empresa que tiene más que ver con una
construcción que con un descubrimiento.
Sin embargo, en segundo lugar, podemos ir todavía algo más allá. El
libro nos muestra, de algún modo, cómo esta mediación subjetiva,
«denunciada» en el ámbito jurídico, es otro de los problemas
fundamentales que hacen encallar la búsqueda de la objetividad moderna,
así en general. Lo que ocurre en el ámbito jurídico, donde enseguida se
muestra como ilusión la apuesta de la razón de poder construir un ámbito
volcado en su objeto, independiente del sujeto (de quien juzga, quien
escribe, etc.) es lo mismo, o al menos es análogo, a lo que ocurre en
otras esferas de la vida. Se trata de la ilusión de poder operar como
cálculo, de poder llegar a la verdad (a la justicia, aquí) siguiendo una
serie de axiomas independientes de cualquier carga subjetiva. Es el
mismo patrón que ha seguido la ciencia, y ahora se distribuye por otros
ámbitos de conocimiento, donde lo no reductible a elementos
cuantitativos queda fuera de toda consideración. El mismo patrón que ha
permitido la intromisión creciente del mercado en muchas esferas de la
realidad (todo puede tener un precio, todo es susceptible de que su
valor de uso quede asociado a un valor de cambio, en lenguaje marxiano).
Y el mismo patrón que reduce lo social a la yuxtaposición de individuos
(gestionables gracias a la estadística, la ciencia del Estado), y
empuja la democracia al conteo de votos y sumas que dan o no mayorías.
¡Ay, el número, ese tótem tan incontestable, y tan nuestro!
Sin embargo, como bien sabemos, no por mucho conjurarlas desaparecen
las cosas. Lo cualitativo se nos cuela siempre por el lado menos
indicado, y las igualdades formales están tan atravesadas por elementos
ajenos a su rigor que permiten cualquier tipo de desigualdad brutal que
se haya adaptado a las reglas propuestas. Así, hecho el mapa global, ¿no
es mejor admitir la derrota moderna, y atender a esos rumores
cualitativos? ¿No es más honesto, y más fructífero, indagar nuestros
límites, convertir en consciente y explícito lo que se cuela por las
rendijas, aunque tengamos que renunciar a nuestros sueños de totalidad?
¿No es esa la lección necesaria del descubrimiento del fracaso absoluto
de una justicia que no se atreve a mirarse por dentro?
En fin, dicho todo esto, no puedo terminar sin recomendar que lean
Sumario 3/94, esa novela negra que no solo remueve sino que hace pensar.
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