John Douglas, el auténtico mindhunter

El éxito de la primera temporada de Mindhunter, una de las mejores series de 2017, creada por Joe Penhall, dirigida en parte por David Fincher y producida por Netflix, ha creado el clima propicio para la publicación en España de las memorias, casi tan adictivas como la versión televisiva, del hombre que la inspiró: John Edward Douglas, el agente del FBI que en la década de 1970 revolucionó las técnicas para estudiar las mentes de los asesinos en serie. Mindhunter (cuyo título original completo es Mind Hunter: Inside the FBI Elite Serial Crime Unit) sumerge al lector en una mente con una intuición y una capacidad deductiva excepcionales, que, sumadas a sus conocimientos de psicología criminal, convirtieron a Douglas en el mayor experto en la elaboración y catalogación de perfiles criminales. A lo largo de 25 años de carrera formó en esta materia a otros agentes del FBI y policías de todos los rincones de Estados Unidos y contribuyó a resolver muchos de los casos más difíciles del país desde la Unidad de Ciencias del Comportamiento, cuya rama operativa rebautizó como Unidad de Apoyo a la Investigación cuando comenzó a dirigirla.

Pero antes de eso las propuestas de Douglas para profundizar en la psicología criminal y conseguir anticiparse a los actos de las mentes criminales más perturbadas se estrellaron una y otra vez contra la reticencia de un FBI que todavía se limitaba a investigar los hechos concretos y las evidencias tangibles. Los códigos profesionales y morales de la agencia seguían bajo la alargada sombra de John Edgar Hoover, el hombre que la dirigió con mano de hierro desde 1924 (once años antes de que tomara su nombre definitivo, Federal Bureau of Investigation) hasta 1972 y la convirtió en el cuerpo de investigación criminal más famoso del mundo.

Lo que más costó al FBI, tal y como refleja también la serie de Netflix, fue aceptar que Douglas se entrevistara en las cárceles de todo el país con los criminales en serie más famosos con el objetivo de estudiar su conducta, algo que sin duda alimentaba el ego de estos asesinos. Para Douglas, era un desperdicio tener a estos criminales encerrados sin más, y supo ver que ellos mismos eran la mejor fuente de conocimiento sobre sus motivaciones y modus operandi. Finalmente el FBI aceptó el método de Douglas tras comprobarse su eficacia a la hora de trazar perfiles psicológicos que ayudaron a resolver los primeros casos reales.

El enfoque novedoso de Douglas surgió de una epifanía. Un día, hablando con un corredor de apuestas clandestinas que acababa de detener, este le dijo que jamás conseguirían acabar con el juego ilegal: “No puedes pararnos, John, hagas lo que hagas. Somos así”. Aquel “somos así” le hizo pensar que “había algo inherente, en lo más profundo de la mente y la psique del criminal, que lo empujaba a hacer las cosas de una determinada manera. Más tarde, cuando empecé a estudiar las mentes y las motivaciones de los asesinos en serie, cuando empecé a analizar las escenas del crimen en busca de pistas de comportamiento, buscaba el elemento o conjunto de elementos que hacían que saliera a la luz el crimen y el criminal, ‘que representara lo que era'. Al final encontré el término ‘firma' para describir ese elemento único y obsesión personal, que se mantenía estático. Lo utilizaba para distinguirlo del tradicional modus operandi, que es fluido y puede cambiar. Se convirtió en el núcleo de lo que hacemos en la Unidad de Apoyo a la Investigación”.

Cuando por fin sus logros fueron reconocidos por la agencia, el trabajo de Douglas no hizo más que aumentar. En 1983 su ritmo era tan frenético, con vuelos continuos a lo largo y ancho del país para dar conferencias, instruir a nuevos agentes y ayudar a los departamentos de policía locales con casos complicados, que el estrés le provocó una hemorragia cerebral que lo dejó en coma. Los médicos estaban seguros de que moriría, pero logró sobrevivir y tras una penosa recuperación volvió al trabajo meses después.

Comentarios