'Ezequiel', de Adolfo Gilaberte (Ed: Mármara)
'Ezequiel' nos cuenta una historia sobre el amor o, tal vez, sobre la
imposibilidad del amor. La historia de Ana es apasionante, como le
cautiva desde el primer momento, con sus paraguas y su felicidad. Como
viven su deseo, el paisaje extraño, su extraña muerte, que no sé si
solamente es ausencia (si es que no son lo mismo ambas cosas).
Y entremezclada con su historia de amor, Ezequiel cuenta la historia
de su familia, de sus abuelos, de su madre, que enloquece, y nos cuenta
la historia desde la perspectiva de sus ojos de niño, la incomprensión,
la admiración, la sorpresa, el descubrimiento, y luego lo traslada al
presente, en una estructura que te va envolviendo, que va entrelazando
lo que sabe, con lo que recuerda, lo que elabora, lo que comprende. La
relación con su hermana, con su mejor amigo y con su padre.
La novela está llena de personajes que encuentran su forma de vivir,
de relacionarse con el mundo, de entenderlo, y de relacionarse con los
demás. Y es que también trata de eso, de las diferentes formas que
tenemos de entender el mundo que nos rodea, y las formas que encontramos
de sacar lo que llevamos dentro. Sea la locura, el amor, la lectura, la
lluvia, las grietas o la soledad.
En “Ezequiel” hay también una gran reflexión sobre la muerte. Siempre
presente. “La muerte viene y va. Merodea. De pronto un día se sienta a
nuestro lado. Como si estuviésemos jugando a las sillas y la música se
detuviera de pronto. Y nos sonríe, tan engreída y chulesca, con su boca
desdentada. Sabe que es ella quien va a ganar el juego. Siempre tiene
reservada la última silla.” Magnífica la historia en la que su abuela le
lleva a ver a una mujer que está a punto de morir y a la que todos le
piden que transmita mensajes a sus muertos.
Otra de las cosas que me ha gustado de la forma de contar de Adolfo
Gilaberte es esa extrañeza con la que cuenta el mundo. Esa potente
imagen con la que arranca la novela, ese ciempiés que estalla, ese
dolor, esa voz que al fin se rompe y lo moja todo. Y las grietas que
están por todas partes y que son como conexiones con otro mundo, con
otra posibilidad, con otra forma de hacer las cosas. Las grietas que no
solo rompen nuestra realidad, y nos inquietan por ello, sino que
anuncian otro lugar, más inquietante incluso. O posible.
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